domingo, 24 de julio de 2022

Un país es su energía


 Un país es su energía

Sobrevivir sin la electricidad es casi imposible hoy en día. Sólo nos percatamos de la importancia de esta forma de energía, vital para el desarrollo social y humano, cuando no podemos disfrutar de los servicios que se derivan de la misma.
La refrigeración, la iluminación, la limpieza, la tostadora, la cocina, el horno, la calefacción..., en todo se precisa para que cada día podamos disfrutar del escaso albedrío que nos queda después de plegarnos al monótono rigor del horario laboral, esperando que la jornada no defraude y nos brinde el sustento para pagar todo aquello que necesitamos y disfrutamos.
Y de pagar va la cosa, ya que ahora casi es un privilegio para muchos el poder disfrutar de gran parte del bienestar que la energía nos aporta por el desorbitado precio que tiene el kwh; para más inri, es posible que ni pagando vayan a poder disfrutar de este bien tan necesario aquellos que hasta ahora se lo podían permitir, porque estamos al arbitrio de un sátrapa que condiciona el aporte de la energía que necesitamos, nada más y nada menos, al favorable transcurso de una guerra.

¿Cómo llegamos a este punto?

Nadie en su sano juicio debiera articular política alguna de energía sin pensar en la independencia energética de un país y el precio máximo que es posible ofrecer a su ciudadanía para que este bien tan básico y necesario pudiera estar al alcance de cualquiera. Pero no, el frenesí verde fue el argumento de un nuevo dogma donde parecía fácil para algunos encauzar un gran negocio porque el riesgo del mismo era asumido por todos, ya que todos pagamos de algún modo el sobrecoste de este delirio a través de la factura de la luz. Y así, hasta que todo quebró, y la tan cacareada marea verde no es más que una ingente cantidad de vatios que no pueden aportar la energía necesaria y a un precio razonable para que todo el mundo pueda disfrutar de ese bienestar que nos reportan. Se desprecian las energías tradicionales, incluida la hidráulica, −que son las que realmente aportan la mayor parte de la energía disponible− para garantizar el pago y el negocio que se cuece en torno al loable propósito de enverdecer la energía sin importar a nadie la repercusión social y humana que tiene su coste y escasez en un momento dado.

¿Quiénes son los responsables de este despropósito?

No conocí político que se precie que no se subiera al carro verde energético sin reparo alguno. Como en la mayoría de las cosas que la rastrera política maneja, quien no se sube al tren de la moda es un facha consumado, vil asesino del planeta y que no es consciente alguno del peligro que el cambio climático nos reserva en esta ocasión. Así de simple se despacha a todo impertinente que cuestione cada paso que la dictadura de lo políticamente correcto nos dicta. Además, parece estar claro que nuestros políticos nunca son responsables de las decisiones que toman, y quien hace la ley parece hacer la trampa, porque no se sabe de nadie dentro del amplio pelaje político que diera cuenta alguna de este fiasco anunciado. La responsabilidad va más allá, pero quien se atribuye los triunfos debiera luego oportunamente asumir también la responsabilidad cuando las cosas no salen como se esperaba. Ahora, el ciudadano tendrá que asumir como pueda lo que le impongan los mismos que tomaron esas decisiones que nos trajeron aquí, a esta indigencia energética, que pretenden superar imponiendo por decreto a todo quisqui que la calefacción y el aire acondicionado estén a niveles de risa.

¿Y ahora qué?

Está claro que recomponer el asunto pasa por replantear el “trust” energético, ajustando lo mejor posible las cosas para garantizar que la energía que necesitamos venga de un equilibrio razonable entre la garantía del suministro, el coste del kwh y los niveles de contaminación, ya que el medio es vital para poder preservar nuestra supervivencia, pero de esto a lo otro, a lo de una doctrina incuestionable porque el de turno la quiere mucho más verde que un guisante, imponiéndola inquisitorialmente a pesar de que corremos el riesgo de volver de algún modo a la Edad Media, no.

Iam