jueves, 15 de diciembre de 2022

Hoy igual que ayer

 Hace unos noventa años, también por estas fechas tan entrañables, los socialistas y comunistas invitaron a una confrontación fratricida que se consumó pocos años después. El reto era: o nosotros y nuestra estupenda revolución bolchevique, o los demás, pero sometidos, ya que no tenía cabida nadie que no fueran los suyos. Los episodios violentos, los asesinatos y quemas de iglesias y conventos, entre otros episodios de índole similar, era la nota de color de una república bananera que ahora se idealiza para construir un relato donde se omite la responsabilidad que tuvieron los gobernantes de esa época en el fracaso colectivo de España como nación, y la guerra civil que surgió debido a ello. Curiosamente, tal como se narra en los arrabales comunistas y socialistas actualmente, un engreído fascista, que campaba a sus anchas detrás de la cordillera del Atlas, se amotinó, reventando la república ejemplar imperante con un golpe de Estado en el año mil novecientos treinta y seis. De aquella república “ejemplar”, que daría paso a una dictadura bolchevique de no ser por el iluminado facha que lo impidió, nació otra dictadura de corte distinta, que nos “bendijo” durante unos cuarenta años. Esa dictadura es de sobra conocida, pero lo que nunca sabremos realmente es el devenir que tendríamos al disfrutar de la otra, aunque hoy, obviamente, a través del engranaje educativo y mediático, no se traslada esa imagen de los gobernantes socialistas y comunistas de la época como precursores de una “revolución” que no era en absoluto democrática, sino que nos venden un relato de un idílico paraíso digno de imitar.

Tenía catorce años cuando murió el facha, y de no ser porque en la época la escuela iba más allá del adoctrinamiento que actualmente se pretende imponer, cualquier estúpido relato neocomunista o socialista nos lo tragaríamos con patatas. Por fortuna, un grupo de hombres buenos capitaneados por un estadista como fue Adolfo Suárez, el actual Rey Emérito y un grupo de políticos de altura de toda condición, supieron encauzar la oportunidad del momento para que no fuera cualquier cosa, sino una buena cosa. Nos brindaron la ocasión de ser dueños de nuestro propio destino, de elegir en libertad, de una transición ejemplar, ahora en cuestión por todos aquellos a los que esta bendita democracia que disfrutamos quisieran verla bien muerta.
Llevamos cuarenta años de democracia, donde hay políticos honrados de toda índole capaces de entender perfectamente lo que pretendo decir entre estas líneas, y que abominarían de cualquier otro político mentiroso, cínico y sin escrúpulo alguno; pero hoy, desgraciadamente, seguro que se percatan de alguno que encaja perfectamente con este perfil tan rufián.
De nuevo, después de tantos años, un anónimo como yo puede entender mejor cada día lo que ocurrió noventa años atrás. La vuelta a la fascinación por lo más rancio de la izquierda, a la veneración por la revolución bolchevique, a Stalin y Lenin, a la dictadura bolivariana, e incluso, asistir perplejo como un expresidente español parece empeñado en perpetuarla, clama al cielo, diluyendo a la izquierda democrática que durante estos últimos cuarenta años vino contribuyendo como los demás al arraigo las instituciones democráticas españolas, a la Corona y la concordia surgida de nuestra ejemplar transición.
Poco a poco, como un cefaloma, desde dentro, ya se empieza a apreciar como el poder ejecutivo desea trufar a los demás poderes públicos de socialismo, nombrando, sin respetar incluso algunos de los procedimientos establecidos, a gente afín, pero muy muy afín, para ocupar los cargos pertinentes con la escusa de que la oposición no da pie a una renovación en fecha, por ejemplo. Y es cierto, la oposición se ofusca porque nuestro amado líder no acaba de entender que hay que buscar una solución que no sea pisar con las botas autoritarias del partido a las instituciones democráticas. A medida que estas instituciones van siendo una correa de transmisión del ejecutivo van careciendo de poder real, ya que la función de control al mismo deja de tener sentido, apreciándose veladamente, que el único sentido de todo esto es la perpetuidad en la poltrona del carismático líder sin que nadie pueda poner reparo alguno a los posibles abusos de poder que de él emanen.
Malversación ad hóminem, sedición ad hoc, complacer con todo lo que pidan a aquellos que abiertamente mantienen en la poltrona a quien de otro modo nunca podría estarlo.
Así comienza la agonía de una democracia ejemplar. Es triste pensar que hasta los de Perú y Bolivia parecen más listos que nosotros. A todos los populistas, al cocalero y al maestrillo de pacotilla, les dieron el pase cuando pretendían lo peor, arruinar su incipiente democracia por un régimen espantoso de corte bolivariano. Es curioso, pero los que mejor viven o vivieron a nuestra cuenta bajo el palio de nuestra Constitución, les sobra ese estupendo legado de aquellos que sí se la jugaron para que pudiéramos disfrutar de este período de libertad, de paz y prosperidad, como nunca en nuestra historia hemos vivido.
Ahora mola la “democracia” real, la bolivariana, la que nos brinda a través de la neocasta esas maneras que siempre acaban mal para la plebe, pero no para esta tropa de políticos sin altura ni calidad alguna que, a la primera de cambio, acabarán perpetuándose en el poder de aquella manera.
¡Ojo!


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