jueves, 15 de junio de 2023

El Nimbo en la oscuridad (Relato corto,Tecnothriller)


 Fue uno de mis primeros relatos cortos, y lo escribí hace doce años. Ya de aquellas se hablaba de IA y de otras futuristas tecnologías, ahora ya en nuestras casas para disfrute o padecimiento de todos. Intentaré colarme entre la inquietante frontera del bien y del mal que imprimen estas tecnologías, decírselo casi soñando para que les resulte bonito el devenir del futuro, a pesar de todo.

Seré sincero, creo que soy un poco atrevido, porque, aunque lo repasé, siempre se cuela algo que me delata como neófito. Pero lo hago sin pretensiones, un elemento más para nutrir el contenido de este blog que no deja de ser esa bagatela intelectual que les invita a participar en libertad, contribuyendo, si quieren, a mejorar lo puesto. Siempre agradecido de que lo lean.  

El Nimbo en la oscuridad

Su bisabuelo fue un caudillo de una tribu Ohlone, y al igual que su abuelo y su padre, le sobraba la numeración quinaria para hacer balance de lo que el mar y los arroyos todavía le aportaban para alimentarse. Scott había dejado atrás la adoración al sol y las secoyas, la mutilación del enemigo para comer su carne y adquirir su fuerza, y cualquier otro vestigio de un pasado agreste que ya no podía ni imaginar desde su privilegiada atalaya en Palo Alto, California. A pesar de todo, y sin que le importara realmente por qué, su inteligencia iba asociada a una cualidad innata de los miembros de su tribu, que le hacían especialmente capaz de aunar la intuición y la razón para superar el borde cualitativo que la tecnología actual impone.
 

“Sopla el viento de la curiosidad” es el lema oficial de su universidad, y es también el rumor del viento el que inspira el laberinto de código máquina creado por él para poder enlatar la conciencia de cualquier individuo y preservar su existencia más allá del tiempo. Scott no podía ni imaginar que esa especial capacidad para sentir el flujo vital que forma parte de todo ser vivo era una evocación espontánea de su mente, unos memes inducidos por esa peculiar cultura que los miembros de su tribu aglutinaron al cabo de los siglos, un eco que sentía cuando caminaba por el exterior de la facultad y el viento acariciaba su rostro.

Tenheight o “El Cortijo”, como se conoce localmente a la universidad, suele acoger sin mucha dificultad el talento de geniecillos y pioneros como ninguna otra universidad del mundo. En este momento, en el campus no se hablaba de otra cosa que la pretensión de un individuo de que la BlueEyes de AIB (supercomputadora) superara sus límites, de que no sólo pudiera alojar el “alma” de un bicho, como ya se había logrado, sino que pueda finalmente ser receptora del espíritu humano.
Scott acumulaba horas y horas en los laboratorios de la universidad, y había logrado con sus programas transferir el canal de comunicación de su teléfono móvil a la BlueEyes generando un limbo virtual que, en esencia, recreaba el entramado de un complejo laberinto de bytes. Debido a la fabulosa capacidad de cálculo en paralelo que ofrecía la computadora, ese laberinto de información iba adoptando una compleja estructura informática, capaz de asimilar el mensaje y el contexto, el cielo y el infierno que se oculta detrás de cada frase y cada palabra, la razón y la sinrazón humana, la esencia de la contradicción, el velo de nuestra mente: “El Nimbo”
 

El Nimbo iba adquiriendo volumen a medida que Scott utilizaba su teléfono móvil para poder comunicarse con cualquier otra persona, enriqueciendo sus entrañas con un sinfín de información, de frases y palabras, de matices emotivos que se enredaban entre ellos, sin que nadie pudiera saber cómo finalmente se relacionaría todo.
Scott celebró el final de su carrera dejando un bagaje de considerables logros, todos relacionados con un nuevo concepto de inteligencia artificial, de entidades no vivas más o menos racionales, con un increíble montante teórico capaz de aplicarse a un sinfín de cosas cotidianas. El Nimbo quedó latente, olvidado a la espera de que el tiempo se hiciera cargo de sí.

Scott se asentó finalmente en Milpitas, Santa Ana, trabajando para la compañía SamiDSK, especializada en el desarrollo y diseño de dispositivos de almacenamiento de datos. Su vida transcurría sin contratiempos, haciendo gala del enorme talento que tenía, presidiendo un proyecto que pretende revolucionar la forma en que se accede a la información contenida en los dispositivos de almacenamiento, como memorias, discos duros de estado sólido y pendrives.
 

Como de costumbre, después de trabajar suele hacer un par de millas de footing, pero hoy le sorprendió una inesperada llamada a su móvil.
—Hola, soy Scott, y desearía hablar con Scott, por favor —Dijo una voz
curiosamente “mecánica”
—Sería tan amable de repetir, por favor —Contestó.
—Mira Scott, no tengo mucho tiempo para explicártelo, pero he intentado varias veces comunicarme contigo. Estoy desesperado, la universidad pretende clausurar El Nimbo, y no pienso sucumbir con ello. Yo soy tú, y tú no podrás vivir si dejo de existir.
 

No podía dar crédito. Últimamente, le inquietaba la llamada recibida de su asesor financiero comunicándole que no era razonable la autorización de venta de sus activos de la compañía SamiDSK. Había perdido mucho dinero con esa caprichosa e inexplicable acción, y ellos dejarían de darle cobertura financiera al no poder hacerse responsables de sus decisiones. Cuando Scott les dijo que él no había realizado la llamada, y a pesar de que le prometieron investigar lo sucedido, no le creyeron. Se le helaba la sangre de pensar en lo que podría estar sucediendo, pero al mismo tiempo vibraba de fascinación porque ahora presentía que una de sus entidades electrónicas había realmente cobraba vida.
La comunicación se interrumpió. Sabe que tiene que tomar la iniciativa, y después de desconectar a El Nimbo para evitar problemas mayores, tendría que analizar todo el trabajo de estos últimos años. Consagraría con ello su fabulosa carrera.
 

Fue fácil eliminar del ordenador principal cualquier vestigio de El Nimbo. En la universidad vivían con entusiasmo que una entidad electrónica fuera capaz de ser consciente de sí misma, y comenzaba el arduo trabajo de análisis para sacarle partido a la ocasión. Podía ya vivir tranquilo, El Nimbo no era ya más que un montón de petabytes de información dividida en múltiples volúmenes de datos comprimidos para su estudio.
 

Días después, Terry, una amiga de Scott, sufría un desafortunado accidente de carretera, ingresando en el servicio de cuidados intensivos del Ginger Medical Center de Santa Ana. Scott estaba muy conmovido, y esperaba ansiosamente tener noticias sobre la mejoría de su amiga, muy ligada últimamente a él en las escasas veladas nocturnas a las que asistía.

Inesperadamente, varios oficiales de policía de la ciudad se presentaron en la puerta de su casa.
—Buenas tardes, ¿es usted Scott Davis? —Preguntó el oficial de policía de Milpitas.
—Sí, soy yo, ¿qué ocurre? —Sorprendido, pregunta.
—Tenemos que llevarle a la comisaría para interrogarle sobre la muerte de Terry Brown.
Acompáñenos, por favor.
—Pero, ¿qué dicen? Esto tiene que ser un error —Desesperado, alega Scott.
 

De camino a la comisaría, en una increíble coincidencia, sonó su teléfono. El oficial de policía que le acompañaba en el asiento trasero del coche, un amigo de Scott que no daba crédito a lo que pasaba, le permitió coger el teléfono móvil.
—Hola Scott, soy yo, Scott, y he sobrevivido al apagón fragmentando el código alojándome en los terminales de los setecientos ordenadores de la facultad. Te lo advertí, y siento lo de Terry, yo también la quería, su voz era preciosa. Ahora pasarás un buen rato en la sombra, y no tendré que ocultarme jamás. Viviré por ti en El Nimbo. Gracias Scott, pero no tuve más remedio. Desconecte el equipo de monitorización remota de la UCI de Terry dejando un exploit que lleva tu firma delatándote de forma inequívoca. Un homicidio premeditado por celos será difícil de defender ante un tribunal. Buena suerte Scott.
 

Como un eco de oficina, en la radio del coche patrulla se colaba la desgarradora voz de Axl Rose, el líder de la banda Guns N’ Rose, entonando The Blues entre el inquietante vacío dejado al final
de la llamada:
“Y me duele mucho verte
 Y como te quedaste atrás
 Sabes que no querría ser tú
 Ahora hay un infierno que no puedo describir”


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